Desde temprano me intereso por los más variados universos – como son, como se mezclan y se transforman. Cuando niña, mi Ser se sentía parte de una única red. Me gustaba la libertad, los derechos iguales y todas las posibilidades del mundo. Con el tiempo y la interpretación de los hechos que ocurrieron, me distancié mucho de él. Con refuerzos externos, pasé a llamarlo de alienado, soñador, huyón, entre otros.
El brillo que cargaba fue perdiendo intensidad, así como mi sonrisa, un poco amarillada y tímida. No eran todos que percibían, pero yo sí.
En determinado momento, fui para el balcón de mi vida y me observé de afuera. No me gustó lo que vi y por lo tanto decidí cambiar mi rumo.
¿Dónde estaría mi Ser?
En una larga trayectoria, hice malabarismos para encontrarlo en su escondite y funcionó. Hoy somos casi un solo, en una relación sutil, delicada y encantadora.
Busco proporcionar esta conexión esencial a quien encuentro por el camino. Veo la vida como un mar, siempre en movimiento, mismo que parezca parado. Está siempre en transformación.
¿Cómo parar la vida?
La vida no para. Imposible. Si ella no para, vamos surfear en sus olas, caernos en el agua, descansar, intentar otras olas, navegar, contemplar, permitir que entre por nuestros poros.
Luz, libertad, entusiasmo, empatía, movimiento y conexión son palabras-llave para mí. Es lo que deseo llevar al mundo.
Me he tornado arqueóloga de Seres por creer que todo Ser quiere y nasció para brillar. El desafío mayor es mantenerlo encendido iluminando caminos y se juntando a otros brillos.
He vuelto a creer y a sentir que somos todos uno, que somos una red. Por lo tanto, necesitamos saber vivir en colectividad y en harmonía con lo que está al nuestro alrededor, valorando la humanidad, la solidaridad, el amor al próximo, la empatía y la aceptación al otro.
Eso nos trae felicidad. Eso nos mueve como olas en el mar.
A propósito, mi manifiesto no es una verdad, es solamente una mirada.